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jueves, 24 de mayo de 2012

Los valientes en el suelo, los cobardes a su alrededor



Unos valientes, en el suelo, sin poner resistencia ni violencia alguna, con los violentos cobardes a su alrededor
Foto de: Roberto Kles
Aunque se esté haciendo lo imposible para tratar de decir que esto es normal, que no pasa nada, que las actuaciones están de acuerdo con la Ley, siguen las máximas de prudencia y proporcionalidad y demás zarandajas, a lo que estamos asistiendo es a una represión política escandalosa. Al menos, escandalosa para mí y para algunos activistas. Al resto, le importa una higa, o no son capaces de darse cuenta de la gravedad de la situación, o incluso les parece bien que se dé de hostias, se detenga o se sancione económicamente a aquellos ciudadanos que han decidido espabilar políticamente.

La explicación por parte de los representantes de las diversas instancias del Estado sigue poniendo los pelos de punta: son de extrema izquierda (como si no se pudiese serlo), están organizados (a ver si ahora el coordinarse va a ser un delito) o tienen respaldo económico (se supone que de un grupo de poder; no lo tenemos, pero aunque lo tuviésemos, no creo que sea precisamente el Estado o los partidos políticos quien tengan que señalar esa brizna de paja). Explicaciones escandalosas, puesto que ninguna de ellas constituye delito y, por tanto, no justifica que se nos trate como a delincuentes. Explicaciones, por lo demás, propias de una dictadura e indignas, por tanto, de un sistema que se autocalifica de democrático.

Que el 15-M disguste o incomode a la clase política establecida no da derecho a criminalizarlo. No da derecho a revocar el constitucional derecho a la reunión o incluso el derecho básico ambulatorio (es decir, a desplazarse donde le salga de las narices) que tiene cada ciudadano. Lanzar treinta furgonetas de Policía para impedir que algunas personas estén en una plaza pública a las seis de la mañana es demencial, siquiera arguyendo «que querían acampar». Aunque este hubiese sido el caso, apalear, retener o detener a los ciudadanos por una cuestión de una regulación local de carácter administrativo no se corresponde con los principios ni de prudencia, ni mucho menos de proporcionalidad (por mucho que se quiera hacer ver lo contrario y se balbuceen una y otra vez las mismas torpezas). Se podrán poner las excusas que se quiera: que tienen que entrar los servicios municipales de limpieza (cuando quienes cierran las plazas son los policías, no los ciudadanos), el cumplir con los dictados de la Delegación de Gobierno o lo que se quiera. Las excusas pueden ser variadas frente a la unicidad de lo que está ocurriendo: una represión política mayúscula, abierta, a ojos de todo el mundo, que proscribe la reunión sólamente porque el motivo de la reunión es político.

Insisto en que no se está atendiendo a este hecho de la manera en que se merece, y que en gran medida se contemplan estas actuaciones como «normales», cuando sólo lo serían en el marco de una dictadura. Seguimos igual que antes de la muerte de Franco. Nada ha cambiado y, lo que es peor, a nadie le importa un carajo.



Relato: Roberto Kles.

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